Atascos y esperanzas en el ecumenismo con los cristianos separados
El panorama ecuménico presenta hoy unas señales de esperanza que no se veían tal vez desde la caída del muro de Berlín, cuando se pensaba que las relaciones con las Iglesias ortodoxas serían fáciles, una vez liberadas del tirano soviético. La experiencia ha demostrado que para superar prejuicios e incomprensiones, a veces seculares, se necesita también tiempo y paciencia.
Fiel a uno de los objetivos fundamentales que se marcó al inicio de su pontificado –trabajar a favor de la unidad de los cristianos–, Benedicto XVI ha desplegado desde entonces una intensa actividad en este campo. Pero como el diálogo es cosa de dos, hay que tener presente las circunstancias de los interlocutores. Los problemas internos de algunas comunidades cristianas han impedido que se llegara a resultados tangibles más allá de una renovada cordialidad. Un caso evidente es la Comunión Anglicana, con la que, a causa de su profunda división interna, sólo es posible mantener contactos amistosos en un plano de colaboración más bien genérico. Así se vio en la declaración firmada por Benedicto XVI y el primado de la Iglesia de Inglaterra, Rowan Williams, durante la visita de este a Roma el pasado noviembre.
Síntomas de un nuevo clima, por el contrario, se detectan en las relaciones con los ortodoxos. Los dos momentos centrales de los últimos meses fueron la visita del Papa a la sede del Patriarcado de Constantinopla –objetivo principal de su estancia en Turquía– y el viaje a Roma del arzobispo Christodoulos, líder de la Iglesia ortodoxa griega (la segunda más numerosa después de Moscú). Junto a ello, también se han promovido iniciativas menores, como la inauguración de una exposición en Roma sobre el "Renacer espiritual de Rusia", patrocinada por el Patriarcado de Moscú.
Ya se sabe que un problema añadido en las relaciones entre católicos y ortodoxos es la autonomía de las diversas Iglesias ortodoxas (y, a veces, la división entre ellas). El Patriarca de Constantinopla sólo mantiene una primacía de honor, de la que parece especialmente celoso el Patriarcado ruso. En definitiva, la Santa Sede debe jugar a varias bandas y evitar dar pasos que puedan herir susceptibilidades de unos y otros. En este sentido, la decisión de ir a Rávena (en caso de que fuera esa la propuesta) posiblemente dependa de la actitud rusa.
Fuente: Aceprensa.com
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