domingo, 28 de enero de 2007

El Papa hace balance del ecumenismo durante el 2006


Queridos hermanos y hermanas:
Se clausura mañana la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene por tema las palabras del Evangelio de Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Marcos 7, 37). Podremos también nosotros repetir estas palabras que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Cristo al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por la recomposición de la unidad de de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de «escucharnos» y no sólo de «oírnos»; cómo nos ha soltado la lengua de manera que la oración que le elevamos tenga más fuerza de convicción para el mundo. Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido muchas gracias y a la luz de su Espíritu ha iluminado muchos testimonios. Han demostrado que todo se puede alcanzar rezando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherir al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos.

«El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera --afirma el Concilio Vaticano II--, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas» («Unitatis redintegratio», 5). El primer deber común es el de la oración. Rezando, y rezando juntos, los cristianos alcanzan una mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y rezando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Seño y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad.

El ecumenismo es ciertamente un proceso lento, a veces quizá incluso desalentador cuando se cede a la tentación de «oír» y no de «escuchar», de decir las verdades a medias, en vez de tener la valentía de proclamarlas. No es fácil salir de la «sordera cómoda», como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de reflorecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros.

El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Ahora bien, es un camino que, tras las iniciales dificultades y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la plena comunión.

La experiencia de estas décadas, después del Concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se realiza a diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde cumplir un gesto de buena voluntad a favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria. En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la plena comunión de los cristianos, se enmarcan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente el ritmo de mi ministerio, el ministerio del obispo de Roma, pastor de la Iglesia universal. Quisiera ahora recorrer los acontecimientos más significativos que han tenido lugar en 2006, y que han sido motivo de alegría y de gratitud hacia el Señor.

El año comenzó con la visita oficial de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas. La comisión internacional católico-reformada presentó a la consideración de las respectivas autoridades un documento que concluye con un proceso de diálogo emprendido en 1970, que ha durado por tanto 36 años. Este documento lleva por título «La Iglesia como comunidad de testimonio común del Reino de Dios».

El 25 de enero de 2006, por tanto, hace un año, en la solemne conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos participaron, en la Basílica de San Pablo Extramuros, los delegados para el ecumenismo de Europa, convocados conjuntamente por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa y por la Conferencia de las Iglesias Europeas para la primera etapa de acercamiento a la tercera Asamblea Ecuménica Europea, que se celebrará en tierra ortodoxa, en Sibiu, en septiembre de este año 2007.

Con motivo de las audiencias de los miércoles he podido recibir a las delegaciones de la Alianza Bautista Mundial y de la Evangelical Lutheran Church de los Estados Unidos, que se mantiene fiel a sus visitas periódicas a Roma. Tuve la oportunidad, además, de encontrar a los jerarcas de la Iglesia ortodoxa de Georgia, a la que sigo con afecto, continuando ese lazo de amistad que unía a Su Santidad Ilia II con mi venerado predecesor, el siervo de Dios Papa Juan Pablo II.

Continuando con esta cronología de los encuentros ecuménicos del año pasado, se encuentra la Cumbre de jefes religiosos, celebrada en Moscú en julio de 2006. El patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Alejo II, solicitó con un mensaje especial la adhesión de la Santa Sede. Después fue útil la visita del metropolita Kirill del patriarcado de Moscú, que manifestó la intención de llegar a una normalización más explícita de nuestras relaciones bilaterales.

Fue también apreciada la visita de los sacerdotes y de los estudiantes del Colegio de la «Diakonía Apostólica» del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia. Quiero recordar también que en su Asamblea General, en Porto Alegre, el Consejo Mundial de las Iglesias dedicó amplio espacio a la participación católica. En esa ocasión envié un mensaje particular.

Quise hacer llegar también un mensaje a la reunión general de la Conferencia Mundial Metodista en Seúl. Recuerdo, además, con gusto la cordial visita de los secretarios de la Christian World Communions, organización de recíproca información y contacto entre las diferentes confesiones.

Continuando con la cronología del año 2006, llegamos a la visita oficial del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana del pasado noviembre. En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico compartí con él y con su séquito un significativo momento de oración.

Por lo que se refiere al inolvidable viaje apostólico a Turquía y al encuentro con Su Santidad Bartolomé I, me complace recordar los numerosos gestos que fueron más elocuentes que las palabras. Aprovecho la oportunidad para saludar una vez más a Su Santidad Bartolomé I y para darle las gracias por la carta que me escribió a mi regreso a Roma; le aseguro mi oración y mi compromiso de actuar para que se saquen las consecuencias de aquel abrazo de paz, que nos dimos durante la Divina Liturgia en la iglesia de San Jorge en el Fanar.

El año concluyó con la visita oficial a Roma del arzobispo de Atenas y de toda la Grecia, Su Beatitud Christodoulos, con quien nos intercambiamos dones exigentes: los iconos de la «Panaghia», la «Toda Santa», y la de los santos Pedro y Pablo abrazados.

¿No son acaso estos momentos de elevado valor espiritual, momentos de alegría, de gran alcance en esta lenta subida hacia la unidad, de la que he hablado? Estos momentos iluminan el compromiso, con frecuencia silencioso, pero intenso, que nos une en la búsqueda de la unidad. Nos alientan a hacer todo esfuerzo posible para continuar por esta subida lenta, pero importante.

Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores para que nos apoyen y nos ayuden a no desfallecer en los buenos propósitos, para que nos alienten a intensificar todo esfuerzo, rezando y trabajando con confianza, convencidos de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa cómo y cuando a Él le plazca. Y, fortalecidos por esta confianza, continuemos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía.

Fuente: Catholic.net

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