La Iglesia en Cuba cultiva la semilla de la libertad
Desde que Fidel Castro, al fines de julio del año pasado, dejado el poder formalmente, para Cuba y para la Iglesia católica cubana se ha iniciado la gran vigilia. El destino es más que nunca incierto. Pero la meta hacia la cual los católicos cubanos apuntan resueltamente se define con una palabra: libertad.
Uno de los más autorizados testimonios de este camino de Cuba y de la Iglesia cubana hacia la libertad es Dagoberto Valdés Hernández, 52 años, tres hijos, ingeniero agrario, fundador, en 1993, del Centro de Formación Cívica y Religiosa de la diócesis de Pinar del Río y, en 1994, de la revista “Vitral”.
Cuando Castro conquistó el poder en Cuba, en 1959, Valdés era un niño. Vivió los pocos meses de luna de miel entre la Iglesia y el nuevo régimen, pero sobre todo la larga fase de libertad anulada, de violencia institucionalizada, de persecución. En la universidad, como católico, le fue prohibido el acceso a las facultades de humanidades, y por lo tanto se especializó en agronomía. Pero su punto de referencia en cuanto a las ideas es Félix Varela, sacerdote, filósofo y político, padre de la independencia cubana y maestro de un liberalismo católico en muchos aspectos semejante al de pensadores contemporáneos suyos como Antonio Rosmini y Alexis de Tocqueville. Trabaja en la Empresa del Tabaco, pero a mitad de los años noventa el régimen lo castigó por la actividad de formación cívica que había comenzado a desarrollar en la diócesis de Pinar del Río. Lo obliga a recoger yaguas, un tejido fibroso que se obtiene de la palma y sirve para embalar el tabaco. Pero Valdés no se rinde, más aún, intensifica su actividad de formación. La revista “Vitral”, por el nombre de los ventanas multicolores que adornan muchas casas cubanas, se convierte en la voz de un pequeño pero influyente think-tank católico-liberal, baluarte de las ideas democráticas y de la visión humanística-cristiana del hombre en la Cuba comunista. Gracias al viaje de Juan Pablo II a Cuba, en 1998, en el Vaticano también se dan cuenta de él, aprecian su actividad y el año siguiente lo nombran miembro del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.
La que sigue es una de las pocas entrevistas que Dagoberto Valdés Hernández ha dado a un diario extranjero. Y es la primera en la que afronta directamente la cuestión de la transición de Cuba a la democracia, con una particular atención al rol de la Iglesia católica cubana.
El diario es “Mondo e Missione”, publicación mensual del Pontificio Instituto para las Misiones Exteriores, impreso en Milán, que publicará la entrevista en el número de abril. El autor es Alessandro Armato.
"La Cuba que sueño"
Entrevista a Dagoberto Valdés Hernández
P. – Desde afuera parece que Cuba vive en una situación de extrema "incertidumbre", tal y como usted escribió en su último editorial. ¿Desde adentro las cosas se están empezando a percibir de manera distinta o la situación sigue siendo la misma?
R. – Creo que la situación desde dentro sigue siendo de incertidumbre y de expectativa. La incertidumbre se debe, sobre todo, a la falta de información sobre lo que pasa aquí y a que el futuro está en manos, no de la ciudadanía soberana sino en las de las más altas esferas del poder político. A la incertidumbre se unen las consecuencias de un daño antropológico – que ha provocado en la mayoría de los cubanos una "cultura de la dependencia" – y el control totalitario, que impide que cada persona desarrolle plenamente su libertad y su responsabilidad.
P. – ¿Qué papel ha jugado y juega la Iglesia cubana en esta delicada fase de transición hacia una Cuba que todos esperamos sea "justa, libre y solidaria", usando las palabras del cardenal Jaime Ortega Alamino?
R. – En primer lugar, la Iglesia ha sido la única institución presente en toda Cuba, con un tejido capilar y articulado, que se ha mantenido durante el último medio siglo con autonomía e independencia del Estado. Eso la distingue del resto de los espacios de la sociedad cubana y la coloca como sobreviviente de la sociedad civil que fue desarticulada minuciosamente por el socialismo real. Desde ese espacio en la sociedad civil cubana, que desde hace unos años vuelve a reconstruirse muy lentamente, la Iglesia ha jugado un papel de acompañamiento y espacio de participación para aquellos que se han acercado a ella y aún para aquellos que desde lejos la miran con interés.
Ese acompañamiento es alimento espiritual, asistencia religiosa, pero también – y motivado por esa misión religiosa precisamente encarnada en la situación histórica – la Iglesia ha dado educación ética, formación cívica, entrenamiento en la participación y la responsabilidad comunitaria, aliento en la desesperanza, motivos para permanecer arraigados en nuestro país, educación para la libertad, la justicia y la paz.
P. – ¿La Iglesia cubana está siendo firme y valiente en su relación con el poder político? ¿Cómo es esa relación hoy en día?
R. – La Iglesia ha mantenido su propia identidad, su misión y sus espacios con las limitaciones propias de su inserción en un Estado que pretendía controlar todo y a todos. Ella ha logrado sembrar el Evangelio en medio de las más increíbles dificultades que la hacen una Iglesia testigo-martirial de la Encarnación y la Redención de Jesucristo. Hay muchos sacerdotes, religiosas y laicos que han trabajado durante décadas como testigos fieles aún a riesgo de su propia integridad y la de sus familias. Todo ha sido un don de Dios.
P. – ¿Qué aprendió la Iglesia cubana viviendo por décadas – desde la revolución de 1959 hasta hoy – bajo un régimen comunista? ¿Tiene la Iglesia cubana alguna sabiduría particular, alguna enseñanza o advertencia, que dar al mundo?
R. – Creo que sí, aprendimos a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de la semilla, en la potencia de la levadura en la masa. Aprendimos a ser humildes, que significa servir con los pies en el humus, es decir, compartiendo la suerte de los que sufren la injusticia. Aprendimos que la Iglesia crece y se purifica en medio de las tribulaciones y que éste ha sido un tiempo de gloria crucificada y resucitada para los discípulos de Cristo que vivimos en Cuba.
P. – ¿Cuáles son las principales etapas del camino hecho por la Iglesia cubana desde 1959 hasta hoy?
R. – Podemos decir que son cuatro etapas: una primera que llamamos de “luna de miel” en el mismo año 1959 cuando la revolución no había dado todavía su brusco e inesperado giro hacia el marxismo leninismo. La Iglesia apoyó aquella revolución que parecía desear restituir la Constitución democrática de 1940, la más progresista y de inspiración cristiana que hemos tenido en Cuba. Parecía una etapa de vuelta a la democracia y de lucha contra la corrupción, pero eso no duró más que unos escasos meses.
La otra etapa fue la del “encontronazo”, es decir, la de la confrontación entre un sistema que comenzó a girar hacia un nuevo autoritarismo, hacia una ideología excluyente y hacia la violencia institucionalizada para controlar las vidas y el alma de la gente y de la nación. Fueron décadas de testimonio callado, de sufrimiento indecible, de martirio civil.
Esto duró hasta la década del 80 en que comienza la tercera etapa que es la de recuperación eclesial, en 1986 la Iglesia celebra el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, ENEC, que tuvo una preparación en las comunidades empobrecidas que deseaban ya, por la gracia de Dios, salir del testimonio callado y pasar a la misión comprometida. Fue un tiempo de Pentecostés para la Iglesia en Cuba. Luego vino la caída del muro y del campo socialista, un período de crisis total que aquí eufemísticamente se llamó “período especial”. La Iglesia acudió a auxiliar a los hambrientos, a consolar a los perseguidos, a dar asistencia espiritual a los desgarrados.
Y en 1998 vino el Papa Juan Pablo II, esta fue la cuarta etapa, la preparación de la visita y los cinco días que duró esta, fueron un respiro de luz, libertad y una verdadera efusión del Espíritu Santo para todos los cubanos. A partir de aquella visita algo cambió en nuestras conciencias, se había abierto una ventana en la oscura cabaña del aislamiento, todos vieron que afuera y arriba había luz y libertad. Nadie ha podido cerrar totalmente esa ventana. Ni aún aquellos que desde el Partido Comunista trataron de montar una campaña para “despapizar” (sic) a Cuba. Eso significaba borrar la impresión y las consecuencias de aquella visita inolvidable.
P. – Ud. insiste mucho sobre la necesidad de crear en Cuba una madurez cívica para salir de la adolescencia socio-política en que vive el país: ¿cuál es la mejor manera de hacerlo?
R. – Creo que la educación y los pequeños espacios de participación. Es verdad que hay un increíble analfabetismo cívico y político, fruto de la ideologización extrema y del bloqueo interno del gobierno a toda información que no sea la suya. Pero esto sólo se supera cambiando los métodos totalitarios, rompiendo el aislamiento interno que es peor que el embargo externo. Más información, más apertura, más intercambio, un proceso sistemático y profundo, serio e inculturado de educación ética, cívica y política. Y al mismo tiempo, no quedarnos en la teoría, es necesario crear pequeños espacios de participación, debate, creación de estados de opinión, entrenamiento para la democracia, porque la teoría que no se ha experimentado en medio siglo, difícilmente se podrá poner en práctica de una vez si antes no hemos tenido la oportunidad de experimentarla, perfeccionarla, saborearla en pequeños grupos o espacios como los que intenta crear la Iglesia, y también las bibliotecas independientes, las Damas de Blanco, los periodistas independientes, las Iglesias evangélicas, las logias que en Cuba tienen otro carácter diferente a Europa. Esto intentamos hacer desde hace 14 años en nuestro Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río y sus servicios de Consultoría jurídica, familiar y psicológica, su grupo de educadores, economistas e informáticos, que están haciendo sus propios Itinerarios de reflexión (pequeños “think tank”) para aportar un pensamiento pedagógico, económico, de los medios, para el futuro de Cuba desde la inspiración cristiana… y con la revista "Vitral" en cuyo sitio web se pueden encontrar este tipo de experiencias.
P. – A pesar de sus dificultades, la marcha de Cuba hacia la libertad parece imparable: ¿tiene alguna idea sobre cómo se darán concretamente los cambios en la isla y si habrá o no una fuerte resistencia?
R. – Siempre hay y habrá resistencia al cambio, es casi algo sustancial a lo humano. Y no solo de parte de los que tienen hoy el poder, sino de buena parte de los ciudadanos. No obstante, la situación pesa mucho más que esa resistencia natural al cambio y parece que la balanza se inclina hacia las transformaciones que se pudieran resumir en los cambios pacíficos y graduales que nos conduzcan de un fósil político de tiempos pasado a un país normal insertado como los demás en la comunidad internacional y cuyos hijos no tengan que huir de su tierra cuando piensan y desean progresar y vivir en libertad.
No sé como se darán esos cambios absolutamente necesarios e imparables, pero vislumbro que podrían estar entre tres o cuatro escenarios que esquematizo brevemente así: un escenario de sucesión dentro del mismo sistema que una vez que haya partido el líder político primero se abra a las reformas económicas y sociales, a las relaciones internacionales con toda normalidad y a las reformas políticas internas que le son consecuentes. Otro escenario sería el de una combinación de sucesión breve y transición lenta y duradera en manos de una generación más joven y de pensamiento más abierto. Otro escenario, por desgracia, sería que no se hiciera ninguna de las dos alternativas anteriores, que se refuerce el control, la represión de los disidentes y la cerrazón internacional y todo ello conlleve a una "norte-coreanización" de la Isla. Situación que lamentablemente, traería más sufrimiento, más pobreza al país, más éxodo masivo y al final una puerta abierta a la violencia que nadie quiere. Que nadie quiere, pero que vendría si algunos llevan la situación al límite.
P. – ¿Cuáles son los riesgos más graves que enfrentará la Cuba del mañana?
R. – Los riesgos están claros: si se fuerza la cerrazón se va directo a la violencia, a la explosión social incontrolada y al caos político. Eso es imparable. Nadie lo quiere, pero pocos exigen lo contrario, ni lo construyen, por ahora. Por otro lado si se abre y se democratiza, vendrán los riesgos consustanciales de la libertad cuando no se refuerza la responsabilidad: corrupción, relativismo moral, libertinaje mediático, desempleo… ¿nuevas mafias? Esto tampoco lo queremos, pero será nuestra responsabilidad si, desde ahora, no ampliamos los servicios eclesiales y sociales de formación ética, los servicios de educación cívica y política y si no fomentamos una cultura de la responsabilidad en la libertad.
P. – ¿Piensa que los mayores problemas puedan venir desde afuera (influencia de otros países o de otros modelos de vida) o desde adentro (recelo del poder, inmadurez política)? ¿Cuál sería el peor escenario para Cuba?
R. – Ya he contestado en parte. Creo que desde fuera podrían venir influencias negativas, e incluso aspiraciones hegemónicas, pero creo que de eso los cubanos tenemos experiencia y sabremos salir, pero también podría venir, si la sabemos administrar y canalizar bien, una ayuda positiva y constructiva de la parte de la nación cubana (alrededor de dos millones de exiliados-emigrados). Esa ayuda puede ser conocimientos, experiencia, inversiones de cubanos que serían mejor bienvenidas que las demás, reunificación familiar, fortalecimiento de la propia cultura entonces abierta a las demás. El peor escenario en cuanto a esto sería una apertura que fuera subordinación indiscriminada a todo lo foráneo, a modelos hedonistas y contra la vida, sin discernimiento y conciencia crítica.
P. – ¿La actitud de los exiliados cubanos le parece constructiva o piensa que pueda complicar la transición con reivindicaciones varias?
R. – Creo que pudiera ser positiva y de hecho ya la gran mayoría, que es la que menos suena ahora, ha logrado llegar a una especie de consenso de prioridades en que se reconoce el protagonismo de los que vivimos en la isla, en el que se pone a disposición de sus decisiones el potencial de formación y financiamiento que los de aquí determinen, existe ya hasta un grupo de empresarios de inspiración cristiana que están haciendo un fondo común de inversión que irá destinado exclusivamente a la microempresa y el micro-crédito, que yo personalmente considero que debería ser el fundamento del cambio y del nuevo modelo económico para Cuba. Ahora bien, aún queda, como también dentro de Cuba, una pequeña minoría con mucho poder y muchos medios de comunicación, que da la imagen de que son todos y son muchos y no es de lo uno ni de lo otro. Si esos perseveran, dentro y fuera, con sus “reivindicaciones trasnochadas”: unos por propiedades irrecuperables, otros por puro poder, ambos residuos anclados en sus respectivas historias pasadas, sin abrirse al futuro diferente, entonces estas minorías serían, allá y aquí, un serio tropiezo para los cambios graduales, pacíficos y justos que Cuba necesita y esperamos la gran mayoría de los cubanos de aquí y de la diáspora.
P. – Conforme pasa el tiempo, ¿dentro de Cuba los disidentes se están convirtiendo cada vez más en opositores o no? ¿A cuál figura de disidente u organización de oposición se siente más cercano? ¿Hay algunas que le preocupan?
R. – En Cuba hay opositores políticos, hay disidentes, hay otros grupos de una sociedad civil incipiente, pero también hay, por un lado, mucho analfabetismo cívico y político que no permite a los actores sociales y políticos definirse y centrarse en su propio rol. Por otro lado el gobierno intenta mezclar todo, confundir unos con otros y colocarlos en un mismo saco: contrarrevolucionarios, mercenarios al servicio de los Estados Unidos, desclasados marginales… Ambas cosas son un grave daño al futuro de Cuba, de la nación que debe, una vez más, aprender a distinguir y reconocer, a respetar y promover a los diferentes actores sociales, y eso es parte de la educación cívica: que la sociedad civil sepa cual es su papel y su autonomía con relación tanto al Estado como a los partidos políticos de oposición. Que los partidos políticos de oposición sepan respetar y dialogar con los demás miembros de la sociedad civil, sin confundirlos con sus propios fines partidistas; y que el propio Estado respete, diferencie y dialogue con unos y otros. Esta es labor educativa paciente y de muchos años
P. – Usted y su revista – suponiendo que haya una coincidencia de puntos de vista – ¿cómo se perciben, como disidentes o como opositores?
R. – "Vitral" es una revista católica perteneciente al Centro de Formación Cívica y Religiosa de la diócesis de Pinar del Río, Cuba, por tanto es una revista de la Iglesia aunque su perfil es sociocultural y no confesional en cuanto a sus colaboradores. Abierta a todos los hombres y mujeres de buena voluntad sea cual sea su religión, su filiación política o su filosofía. El consejo de redacción cuida que lo que se publique se mantenga dentro de un marco ético humanista amplio y plural. Eso nos identifica y no ubica en el seno de la sociedad civil no dentro de la oposición política. En ese mismo campo de trabajo me ubico yo mismo como un animador cívico desde el punto de vista sociológico y como un evangelizador del ambiente de la sociedad civil como cristiano. Identidad que no es ni contradictoria ni excluyente sino perfectamente coherente dado el compromiso de los cristianos de encarnarse y servir en la sociedad donde viven.
P. - ¿Piensa que "Vitral" sea una revista influyente en Cuba y en el mundo? ¿Circula libremente o tiene alguna limitación?
R. – Como creo en el Evangelio, creo que un pequeño grano de sal puede ser eficaz, un pequeño grano de mostaza puede crecer y una pequeña luz en la oscuridad puede orientar a otros. "Vitral" aspira a ser eso, un fermento en la inmensidad de la masa. Y sabemos que el Señor de la historia dará el crecimiento. Suplirá nuestras limitaciones y las que vienen de fuera de la Iglesia. Circula como puede, de mano en mano, no se puede vender en los estanquillos, no se puede llevar a las escuelas, pero la misma red informal de la Iglesia y el resto de la sociedad civil la hacen llegar a los diez mil suscriptores que tenemos en toda Cuba, y en algunas comunidades de cubanos en la diáspora, a algunas universidades en Estados Unidos, México y España y a una red de amigos dispersos por el mundo. Tenemos, además, un sitio en la Internet que invitamos a visitar y un boletín digital que enviamos a correos electrónicos que se inscriban. Además hemos puesto toda nuestra colección de Ediciones Vitral, y los Cursos del Centro Cívico en una colección de dos discos compactos producidos por Vitral Multimedia.
P. – ¿Puede ser que el comunismo en lugar de morir se perpetué tiñéndose de ese "socialismo del siglo XX" del que habla Chávez?
R. – El comunismo, tal como lo ha vivido la humanidad, ha fracasado y ha desaparecido en la forma en que alguna vez existió como tal. Lo que queda en algunos países es un reducto de ese pasado triste. Fue un error y no creo que la humanidad esté dispuesta a pagar el costo de repetirlo.
P. – Se habla de una posible adhesión de Cuba a Venezuela, ¿qué opina?
R. – Eso es un disparate o una ilusión impracticable que ofendería a la inmensa mayoría de los cubanos y los venezolanos. Otra cosa es una respetuosa integración regional sobre las bases que el mundo de hoy reconoce como una interdependencia respetuosa de las culturas y las soberanías locales en zonas afines como Europa, América, África.
P. – ¿Puede decirme algo sobre la presencia de misioneros extranjeros en la isla? ¿cómo se encuentran, cómo son vistos por la gente, se tienen problemas con el régimen?
R. – La presencia de numerosos misioneros católicos – no les llamaría extranjeros, porque en la Iglesia nadie es extranjero – en nuestro país, es una gracia y un don de Dios para este pueblo que sufre y espera, trabajando por salir de su situación actual. Hay italianos, españoles, alemanes, colombianos, mejicanos, y de otras muchas nacionalidades. Vienen con una gran generosidad y curiosidad, tratan de inculturarse y comprometerse con el pueblo dónde los envían sus respectivos obispos o congregaciones religiosas, el pueblo los recibe con las puertas de la casa y del corazón abiertas, aportan lo que nosotros no hemos conocido a causa de la cerrazón de la isla, reciben lo que ellos no conocen ni imaginan en cuanto a resistencia, control estatal y búsqueda de alternativas para sobrevivir y no desesperar, para anunciar el Evangelio y denunciar, cuando se puede, lo que ofende la dignidad y los derechos humanos. Muchas veces deben callar porque son considerados extranjeros por el gobierno y les pueden retirar su permiso de residencia y ser expulsados de forma callada y humillante. Algunos misioneros o misioneras se preguntan ¿qué significa perder un permiso comparado con perder la vida como ocurre en otras regiones y culturas? Otros disciernen entre denunciar y perder el permiso o callar y permanecer aquí sirviendo en el silencio. Otros, en fin, se preguntan si el silencio aquí y ahora es complicidad con la injusticia o prudencia sin límites.
Pero como ves ninguno queda indiferente en esta bella isla, sufriente y hospitalaria, desgarrada y cordial, pacífica y alegre… que sigue esperando después de casi cinco décadas la visita del Señor Jesús para alcanzar su liberación interior, su democratización política y su desarrollo humano integral, con su propio esfuerzo, como lo pidió Juan Pablo II desde la Plaza de la Revolución José Martí en La Habana, “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. Así lo esperamos y así lo estamos haciendo ya.
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Fuentes: Agencia Católica de Noticias
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