Se condiciona una manera de hacer teologia en la sentencia de Jon Sobrino
El pasado miércoles de ceniza, el día de inicio de la Cuaresma, un pequeño fraile del Perú, con el hábito blanco y negro de los dominicanos, se presentó frente a Benedicto XVI quien celebraba el rito en la basílica romana de Santa Sabina. El papa impuso las cenizas sobre su cabeza.
Aquel fraile era Gustavo Gutiérrez, autor en 1971 del libro “Teología de la liberación”, que dio origen a la corriente teológica que lleva ese mismo nombre.
En 1984 y luego en 1986, esta teología fue severamente criticada por la congregación de la doctrina de la fe, con dos documentos firmados por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Sin embargo, esta última tiene aún hoy influencia en amplios estratos de la Iglesia latinoamericana, tanto en su mentalidad como en su lenguaje.
Sus máximos representantes no recorrieron el mismo camino. Gutiérrez mitigó algunas de sus posiciones iniciales, entró en la orden dominicana y al comienzo de esta Cuaresma, fue invitado a realizar un curso en la noble Universidad pontificia de Roma, el Angelicum, donde estudió Karol Wojtyla.
En cambio otro célebre teólogo de la liberación, el jesuita Jon Sobrino, un vasco emigrado en El Salvador, cofundador en ese país de la Universidad Centroamericana, UCA, se mantuvo firme en sus posiciones, incluso cuando la congregación para la doctrina de la fe examinó sus dos libros.
Y dice no querer doblegarse, ni siquiera ahora que algunas de sus tesis fueron juzgadas “erróneas y peligrosas”.
La sentencia fue presentada a Benedicto XVI – quien la aprobó – por obra de su sucesor en la congregación, el cardenal William Levada, el 13 de octubre. Fue firmada y aprobada el siguiente 26 de noviembre. Y fue divulgada el pasado 14 de marzo.
Sin embargo, desde el 13 de diciembre pasado, en una carta enviada al líder máximo de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach, quien había dispuesto el trámite entre éste y la congregación, Sobrino escribió que no podía aceptar la sentencia.
En su carta, Sobrino contrapone el juicio hostil de la Santa Sede sobre sus libros, con los juicios favorables que acompañaron la publicación de éstos: la obra del cardenal Paulo Evaristo Arns, entonces arzobispo de San Pablo en Brasil y las recensiones positivas de algunos reconocidos teólogos, también europeos.
Uno de ellos, el jesuita francés Bernard Sesboué, consejero del pontificio consejo para la unidad de los cristianos y ya miembro de la comisión teológica internacional, habría criticado – según escribe Sobrino – el método “deliberadamente sospechoso” con el cual el Vaticano condujó sus investigaciones: un método que “hallaría también herejías en las encíclicas de Juan Pablo II”.
Los libros acusados de Sobrino son dos: "Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret", de1991, y "La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas", de1999, ambos traducidos a varias lenguas.
En julio de 2004, la congregación de la doctrina de la Fe trasmitió a Sobrino una lista de las “erróneas y peligrosas” tesis que habían sido encontradas en sus libros.
En marzo de 2005 Sobrino envió a la congregación sus respuestas, que fueron consideradas “no satisfactorias”.
En su carta del 13 de diciembre de 2006 al máximo líder de los jesuitas, Sobrino ubica mucho tiempo antes, hacia 1975, el inicio de las hostilidades vaticanas en contra suyo y en contra de otros teólogos y obispos creadores de la teología de la liberación.
Indica que uno de sus adversarios más peligros era el cardenal Alfonso López Trujillo y se lamenta de que el continuo aplazamiento, en el Vaticano, de la causa de beatificación del arzobispo de San Salvador, Oscar Romero (hecho mártir en 1980), esté vinculado a la amistad entre Romero y él, Sobrino.
Debe ser recordado que el 16 de noviembre de 1989, fueron asesinados en San Salvador, el rector de la Universidad Centroamericana, Ignacio Ellacuría, también famoso teólogo de la liberación, y otros cinco confrades jesuitas, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López-López además de la cocinera Julia Elba Ramos y su hija Celina. Sobrino logró escapar de la masacre sólo porque estaba en el extranjero a causa de un convenio.
En la carta, Sobrino no ahorra críticas ni aún al entonces cardenal Ratzinger. Lo acusa de haber falseado su pensamiento, en un artículo contra la teología de la liberación publicado en 1984 en la revista de Comunión y Liberación “30 Días”.
Entre los obispos hostigados por Roma por ser simpatizantes de la teología de la liberación, Sobrino recuerda, además de Romero, al brasileño Helder Camara, al mexicano Samuel Ruiz y Leonidas Proaño de Ecuador.
Sobrino concluye que someterse actualmente a la sentencia emitida en contra suyo por parte de la congregación, “sería de poca ayuda para los pobres de Jesús y para la iglesia de los pobres". Equivaldría a rendirse a treinta años de difamación y persecución contra la teología de la liberación. Significaría rendirse a los métodos vaticanos que “no son siempre honestos y evangélicos”.
"Extra pauperes nulla salus", escribe Sobrino en su carta, poniendo a los pobres en vez de la Iglesia, tomando aquel antiguo dicho, que dice “fuera de la Iglesia no hay salvación alguna".
Y es justamente ésta una de las tesis que la congregación para la doctrina de la fe, acusa a Sobrino como errónea: el haber elevado a los pobres al “lugar teológico fundamental – es decir, la principal fuente de conocimiento – en lugar de la “fe apostólica transmitida a través de la Iglesia a todas las generaciones”.
La sentencia vaticana reconoce a Sobrino haber ayudado a los pobres y a los oprimidos – que es un deber de todos los cristianos – pero lo acusa de disminuir, en nombre de la liberación de los pobres, los rasgos esenciales de Jesús: su divinidad y el valor salvador de su muerte.
“No se puede empobrecer a Jesús con la ilusión de promover a los pobres” escribió el obispo Ignacio Sanna, miembro de la comisión teológica internacional, en un comentario publicado el 15 de marzo en “Avvenire”, el cotidiano de la conferencia episcopal italiana.
Empobrecer a Jesús significa no reconocer su divinidad, considerarlo simplemente un hombre, a su vez como liberador ejemplar.
La sentencia de la congregación termina sin aplicar a Sobrino sanción alguna. Pero el hecho no debe sorprender, porque en efecto, más que al teólogo ésta se dirige a sus numerosos lectores y estimadores: obispos, sacerdotes, laicos.
A éstos, los documentos vaticanos quieren advertir.
A mediados de mayo, en el santuario brasileño de Aparecida, las conferencias episcopales de América Latina llevarán a cabo su V asamblea general. La inaugurará Benedicto XVI en persona.
La publicación de la sentencia contra Sobrino, anticipa una de las indicaciones que el papa dictará a la Iglesia de América Latina, cuyos cuadros dirigentes, en su mayoría, han sido influenciados por el espíritu de la teología de la liberación.
Una cuestión que Benedicto XVI juzga de crucial importancia – como prueba el nuevo libro que publicará – y que está estrechadamente relacionada con la precedente, se trata de la cuestión de Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre.
Descarriar la verdad sobre Jesús – como acontece, según la congregación de la doctrina de la fe, en los libros del principal autor de la cristología en América Latina – equivale a extraviar la verdad sobre la Iglesia, el sentido de su misión en el mundo.
Como dice el título asignado por Benedicto XVI, a la Asamblea general programada en Aparecida: "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida". Junto con las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Fuente: Agencia Vaticana
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