¿Quien espiaba a Karol Wojtila?
Wojdyla, escrito así. En 1949 el futuro Papa era un nombre mal escrito en los informes a la policía secreta de un infiel sacerdote de la curia de Cracovia. Pero aprenderían a conocerlo muy bien y a no equivocarse en los siguientes cuarenta años, hasta la muerte del régimen, durante los cuales su vida fue escuchada, filmada, seguida, seccionada “horas 24” como se dice en jerga militar. Día y noche. Donde sea. En Polonia y en Roma. En los aeropuertos y en los trenes. Una tupida red que involucró, en postas y sin solución de continuidad decenas de decenas de agentes, infiltrados, sacerdotes, periodistas, intelectuales, obreros, empleados, secretarios, administradores. Conocidos, vecinos, algunos amigos que se trajo a Italia.
Se sabía, porque no podía ser de otro modo. Ahora están las pruebas de la telaraña extendida en torno al seminarista, que sucesivamente fue sacerdote, obispo, cardenal, Papa; gracias a los documentos hallados entre los 90 kilómetros de cartas del Instituto Polaco de la Memoria Nacional. El mismo de donde salieron los dossiers que obligaron a la dimisión por colaboracionismo, el pasado 7 de enero, al apenas nombrado arzobispo de Varsovia – monseñor Stanislaw Wielgus, 67 años – y que ha llevado a la Iglesia polaca a buscar en el pasado de todos sus prelados.
Sobre Karol Wojtyla hay en los dossiers un hueco inexplicable relacionado al atentado de Ali Agca del 1981. Sólo pocos fragmentos, de escaso interés. El historiador Andrzej Friszke considera probable que “los servicios polacos no tengan que ver con el atentado, habría sido para ellos demasiado riesgoso”. Y si en esa jungla de dossier no hay ni siquiera un informe detallado, él invita a “buscar en Moscú”.
Su colega el historiador Andrzej Paczkowski, miembro durante seis años en el consejo del Instituto de la Memoria Nacional, recuerda que muchos documentos referentes a la Iglesia fueron deliberadamente destruidos. Pero advierte: “Los archivos han sido reunificados en el 2000. Hemos empleados tres años sólo para reorganizarlos; y los estudiosos ya van trabajando otros tres. Será necesario mucho tiempo incluso sólo para leer todo”.
No faltarán las sorpresas. A muchos les gustaría dar un nombre a “Seneka”, agente activo entre Cracovia y Roma, muy cercano al Papa. ¿Un filósofo? Claro que sobre el nombre “Wojtyla”, el más goloso, se haya desde el inicio concentrado el interés. Pero ahora es fácil, en el mundo, no sólo en Polonia, decir “Wojtyla”. Entonces, en la post-guerra inmediata, era un desconocido que podía inducir al error, podía volverse “Wojdyla”. Y desde aquí inicia nuestra historia.
Cracovia, 17 de noviembre 1949. El infiltrado, nombre en clave “Zagielowski” (pero usa también “Torano” y en el futuro firmará), manda a la policía un informe “muy secreto” sobre una reunión de curia donde se señala a este “Wojdyla” entre los elementos a vigilar.
“Zagielowski” es uno reclutado en 1948, y lo será hasta 1967, año de su deceso. El siglo lo recordará con su verdadero nombre, Wladyslaw Kulczycki. El padre Kulczycki. Había sido internado en un campo de concentración nazista y por esto fue considerado más abordable: había conocido los horrores a los que puede llegar el hombre. Además tenía un pecado que hacerse perdonar, siendo uno que vestía con hábito talar. Una debilidad sexual. En 1953 una nota del IV Departamento del Ministerio del Interior, que se encargaba de vigilar a la Iglesia, lo premia así: “Su evaluación es buena. Es el único confiable entre los que trabajan en Cracovia”. Párroco de San Nicola, amigo del mítico cardenal Stefan Wyszynski (en la fotografía, con Wojtyla) y quizá inclusive su confesor, demuestra una aversión rencorosa hacia el joven Karol de Wadowice. No se explica cómo escale tan fácilmente la jerarquía eclesiástica. En un documento redactado en 1960 lamenta: “No entiendo por qué es elegido Wojtyla para cada tarea importante. El hombre es bien educado, conoce a los comunistas, está metido entre los obreros y en Nowa Huta organiza frecuentemente las visitas pastorales”.
Los infiltrados no se conocen entre ellos. Es así como funciona en todas partes. Y quién sabe cuantas veces el padre Kulczycki se habrá encontrado en los salones del obispado con otra pieza fundamental para el régimen: Tadeusz Nowak, el ecónomo de la curia, además de administrador de “Tygodnik Powszechny”, el semanario católico tan querido por el futuro Juan Pablo II.
Nowak está “activo” del 1955 al 1982 con el apodo de “Ares”, escogido por él mismo. Ares, el dios griego de la guerra. Quienes lo han conocido no esconden su estupor. ¿Cómo? ¿Detrás de aquel bonachón de lengua larga y fácil para las bromas se escondía un espía? Así es. Y no un banal espía, a juzgar por su rol y sus contactos. Sus confidencias eran recogidas directamente por el oficial Jozef Schiller, uno de quien se podría admirar el profesionalismo si no lo hubiera puesto al servicio de una causa innoble. Sus métodos de reclutamiento eran tan refinados, la red construida tan eficaz, que le hacían merecer una luminosa carrera en la oscura noche del totalitarismo. Después de Cracovia llegó a ser director adjunto del IV Departamento.
Es Schiller la interfase de Nowak-Ares. Y el ecónomo de “Tygodnik Powszechny” escribiendo a máquina, diligente relata cuanto dinero posee la curia, quién y a qué nivel de indignación se lamenta por las tasas impuestas por el gobierno central. Después, en público, aparece junto a Wojtyla con el gracioso vestido que tiene la facultad de ponerse después de haber recibido la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, donada por Pablo VI, el más alto honor reconocida hasta entonces por la Iglesia de Roma en Polonia después de la Segunda Guerra Mundial.
La ceremonia de entrega del blasón (17 de abril 1965) fue descrita en una meticulosa nota (incluyendo que Nowak se conmovió), por el agente “Erski” o “Pantera”. Que no era otro sino el distribuidor del diario católico y se llamaba Waclaw Debski. Opositor radical del comunismo, condenado por esto a cadena perpetua, liberado después el 1965 y a finales del estalinismo, fue reclutado; y por veinte años regularmente retribuido con una paga que correspondía, en esos tiempos, a un estipendio. Tanta munificencia era justificada por la calidad de los servicios prestados: no sólo vigilaba a los católicos dentro de la redacción, sino que en las oficinas, teniendo libre acceso, había escondido micrófonos camuflados; y proporcionaba las llaves a sus superiores del segundo trabajo para las pesquisas clandestinas nocturnas.
Ares y Erski han sido los destinatarios de un documento “tajne” (secreto) redactado en Cracovia el 9 de octubre de 1969 probablemente con el auxilio de un psicólogo. Karol Wojtyla ya es cardenal y pocos meses antes ha desafiado al régimen al poner la primera piedra para la edificación de la Iglesia en Nowa Huta. Su peligrosidad ya es notoria. Y entonces es necesario saber todo de él. El documento lo conforman dos cuestionarios (ver abajo) ahora conservados en el Instituto de la Memoria Nacional y clasificado con los códigos Kr 08/141, t, l, k. 588-591 y Kr 08/141, t, l, k. 592-594. Los espías deben responder a nueve páginas de preguntas sobre las costumbres de Wojtyla, incluso las cosas aparentemente más insignificantes (¿usa lentes? ¿para sol? ¿de qué tipo?), así como sobre su personalidad: ¿es analítico, sintético, objetivo, subjetivo, creativo? ¿Es un idealista? ¿Le gusta arriesgar? Pero no han sido encontradas las respuestas a los cuestionarios, preciosos sobre todo para entender las obsesiones de la policía. De hecho deben haber sido entregados, dado el tenor íntimo de aquello que se quería saber, a colaboradores cercanos, inclusive a amigos. Inclusive sacerdotes.
Michael Jagosz, canónico de la basílica de Santa María Mayor en Roma, y jefe de la comisión histórica de la causa de beatificación de Juan Pablo II, ya ha tratado de alejar las sospechas que circulan sobre él: “Lo intentaron también conmigo. Fui contactado, pero no he dado información jamás”. Lo desmiente el trabajo del historiador Marek Lasota, autor del libro “Donos na Wojtyle” (Denuncia contra Wojtyla), incansable investigador de los reportajes entre los servicios secretos y ambientes católicos de Cracovia, el cual afirma seguro aunque benévolo: “Jagosz fue reclutado en la que definiría una situación dramática en los años 70. Comenzó a colaborar y después rompió todas las relaciones cuando llegó a Roma”. Lasota no quiere explicar cual es la “situación dramática”. En general (y no necesariamente en este caso) el historiador Paczkowski destaca que las “debilidades” por las que sacerdotes se hacían susceptibles de chantaje: “sexo, dinero y alcohol”.
Quien sabe qué cosa ha convencido a Mieczyslaw Malinski, compañero de seminario amigo del Papa y su primer biógrafo, a convertirse en el agente “Delta” y reunirse frecuentemente con el capitán Podolski. Se declara inocente también el padre Konrad Hejmo, responsable de los viajes de los polacos al Vaticano, y admite solamente unos intentos de reclutarlo. Pero lo condenan 20 recibos expedidos por el IV Departamento del ministerio del interior, además de un dossier que, según Jan Zaryn, historiador, es exhaustivo en “cerca de 700 páginas”. El padre Hejmo tuvo por lo menos tres sobrenombres “Hejnal”, “Zorro” y “Dominico” (perteneciente a aquella orden). Y por lo menos otros tantos referentes. A mitad de los años setenta, cuando se ocupaba de la publicación mensual “En marcha”, se reunía con el funcionario de policía Waclaw Glowick. En Roma veía a un tal “Pedro”, funcionario de la embajada polaca, así como a “Lacar”, agente mixto que prestaba servicios a Varsovia y a los alemanes del este.
La explosión del escándalo del arzobispo Wielgus convenció a dimitirse al párroco de la catedral de Wawel, Janusz Bielansky, amigo de Stanislaw Dziwisz, secretario de Juan Pablo II y ahora arzobispo y cardenal en la misma Cracovia. Es natural que la entourage de Dziwisz también estuviese infiltrada. Se estima en 2600 los sacerdotes colaboradores al final de los años setenta, cerca al 15 por ciento del clero de Polonia. La curia de Cracovia era de verdad un punto de encuentro de espías, con o sin hábito talar.
El vice del ecónomo de “Tygodnik Powszechny”, Nowak, se llamaba Antoni Ocheduszko, nombre en código “Orski”. Había sido un agente secreto en los años veinte, después un perseguido en la época estalinista. Tenía un perfil perfecto para el chantaje. Era anciano, sufría de crisis cardíacas y era estimado por los jóvenes. Aparentemente ponía una cierta atención en no divulgar nada que pudiese hacer daño. Frecuentemente simulaba estar mal para evitar una reunión con quien debía interrogarlo. Precisamente, cuando no podía evitarlo, informaba sobre qué cosa comían los sacerdotes o los periodistas.
“Rumun”, o sea Stefan Papp, redactor técnico de “Tygodnik Powszechny”, tenía la desgracia del nombre: padre alemán de origen húngaro que vivía en Rumania. Un cosmopolitismo de familia que lo ponía en sospecha. Además, quien sabe como, sus “ángeles custodios” se habían enterado que no era creyente. Dos “culpas” y la sensación de pecados que espiar. ¿Cómo? Revelando las reacciones internas en el diario a ciertas noticias públicas.
Y después estaba “Blady”, o sea Jozef Wilga, uno venido del campo y con el deseo de ser parte de la inteligencia de Cracovia. Había desaprobado un examen en la universidad, poca cosa, y por esto no podía seguir la carrera de juez que tanto soñaba. El pérfido Schiller, melifluo, le presento veladamente la posibilidad de intervenir sobre el tribunal para que le diese el nulla osta para continuar con sus estudios. Y a cambio Blade redactó informes sobre miembros del club de los intelectuales católicos, describió sus reuniones, especificó cuales eran los conflictos personales, qué cosa pensaba cada uno sobre el entonces jefe del partido, Wladyslaw Gomulka, y sobre el partido mismo.
Sin embargo uno de las obras maestras de Schiller fue el reclutamiento de Sabina Kaczmarska, la agente “Jesion” también conocida como “Samotna”, o sea sola. Soltera, poco agraciada, correctora de borradores en el diario, con el sueño de llegar a ser redactora. Schiller la lisonjea: escriba un informe para nosotros sobre el número que saldrá, una verdadera reseña, estamos muy interesados en su opinión y además usted es tan capaz. La desventurada respondió. “Un informe” se convirtió en una larga colaboración de doce años. Y “Jesion” también fue empleada, como resulta por un documento, para influenciar a los cronistas extranjeros de paso por Cracovia. Ahora es una señora de casi 80 años. No será más redactora.
Roman Graczyk, autor del libro “Tropel SB”, o sea “Tras las huellas de la SB” (acrónimo de Sluzba Bezpieczenstwa, servicio de seguridad), uno de los sostenedores de la necesidad de la “lustracja” es decir, hacer luz sobre los dossier, admite haber experimentado una cierta “piedad humana” al estudiar ciertos casos. Donde piedad humana no significa absolución. Tampoco ahora que sabemos cómo terminó la historia, con Wojtyla en San Pedro y el comunismo derrotado. Porque en aquellos tiempos difíciles rebelarse era posible. Lo demuestran precisamente las cartas de los archivos, repletos también de los que se negaron.
Fuente: Sandro Magister del Espresso
1 comentario:
Malos tiempos eran aquellos.El Papa Wojtyla tuvo un gran mérito. Su tenacidad y esfuerzo son ejemplares.
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