El Papa anima a continuar el dialogo con el Islam
Entrevista con el sacerdote franciscano Rubén Tierrablanca
Con su viaje a Turquía, Benedicto XVI ha marcado un hito en la superación de malentendidos en el diálogo con el mundo musulmán, constata uno de los testigos directos de esa peregrinación apostólica.
En tierras turcas vive fray Rubén Tierrablanca, sacerdote franciscano mexicano de la Provincia de san Pedro y san Pablo de Michoacán, que forma parte de la comunidad franciscana internacional de Turquía (Santa Maria Draperis).
--¿Cómo ha han preparado los católicos de Turquía y cómo sido recibido Benedicto XVI en esta visita?
--Fray Rubén Tierrablanca: En Estambul vivimos un momento especial en la vigilia de la visita del Santo Padre, Benedicto XVI a Turquía. Además de la gozosa espera del pequeño rebaño de la Iglesia católica en este país de mayoría musulmana, se sintió muy fuerte el modo como el mundo tenía los ojos fijos sobre Turquía por motivos políticos y de orden interreligioso.
Ya desde hace varias semanas las constantes llamadas telefónicas y visitas de periodistas, canales de televisión, reporteros y analistas de la sociedad actual, nos tenían bien ocupados. Solían preguntar: ¿Cómo viven los cristianos en Turquía?, ¿que significa para vosotros la visita del Papa?, ¿por qué los cristianos han disminuido tanto en el último siglo y más en los últimos años?, ¿por qué no se puede usar el hábito religioso en la calle?, ¿tenéis miedo por las reacciones violentas de integristas y nacionalistas? A todas estas preguntas hemos tratado de responder con claridad y simplicidad. Lo mejor sería que los periodistas y demás compadres vinieran a vivir al menos un breve período para entender más y mejor y así evitar algunos títulos periodísticos que provocan escándalo y que dañan a todos.
Con grande alegría y especial atención a los discurso que Benedicto XVI ha pronunciado desde su salida de Roma hacia Turquía, hemos vivido la primara jornada de su visita. Después de las polémicas suscitadas y preocupaciones de los días anteriores, ahora se siente un respiro de serenidad y mutua comprensión entre el gobierno, el pueblo turco y el Papa.
--¿Cómo es la situación actual de los católicos en ese país?
--Fray Rubén Tierrablanca: La situación actual y los limites a nivel socio-político y religioso en que vivimos aquí y las dificultades que de vez en cuando tenemos, no son muy diversas de aquellas de los tiempos apostólicos. Los Hechos de los Apóstoles describen una Iglesia naciente dentro del imperio romano y en medio del politeísmo. Ahora es un gobierno republicano laico y una población musulmana; pero la desconfianza sobre el mensaje evangélico y la vida cristiana es muy semejante: se piensa que se quiere disminuir la identidad de una nación y la integridad de una religión. En realidad la vida cristiana, si es verdadera y creíble, llevaría a todos a una comprensión de la vida más humana y de convivencia pacífica. Para nosotros los cristianos se trataría de un compromiso por el reino de Cristo, para los no cristianos sería una llamada a vivir sus propios valores y principios de fe junto con la admirable y proverbial tradición de acogida en los pueblos de oriente.
--¿Qué significa, en la coyuntura actual de tensas relaciones entre el cristianismo y el Islam, esta visita a Turquía, un país donde los católicos son minoría?
--Fray Rubén Tierrablanca: «Iré en busca de la oveja perdida y haré volver al rebaño a la extraviada; vendaré a la herida y cuidaré a la enferma» (Ezequiel 34, 16). Espontáneamente he recordado esta frase del profeta Ezequiel pensando en la visita pastoral del Santo Padre a la Iglesia de Turquía. Nuestra comunidad católica es pequeña en número, necesitada de estímulos, y a veces incluso cansada. Pero ahora en estos días se ha encontrado con su pastor, Vicario del Buen Pastor, Jesucristo. Si los periodistas que acompañaban al Papa en el avión debieron acentuar la dimensión pastoral como razón fundamental de esta visita, aquí en Turquía nosotros hemos deseado dejarnos guiar por nuestro pastor y padre, y con él reavivar nuestra fe, alegrarnos en la esperanza que no defrauda. Muchos otros países y regiones del mundo querrían tener al Papa entre ellos, pero él ha estado entre nosotros para vendar a la oveja herida y cuidar a la enferma, para confirmarnos en la fe en esta franja de tierra, confín de continentes.
--Usted ha estado muy cercano a este acontecimiento; relátenos cómo han sido estos encuentros con el pueblo cristiano de Turquía.
--Fray Rubén Tierrablanca: «Esto os sucederá para dar testimonio» (Lucas 21, 13). Dedicando la primera tarde de visita a los asuntos de protocolo, el sumo pontífice ha pronunciado dos discursos, el primero en la sede del Ministro de Asuntos religiosos, Ali Bardagoglu, el segundo ante el cuerpo diplomático acreditado en Ankara. Hemos escuchado alentadoras expresiones sobre la decidida y franca disponibilidad de la Iglesia católica al «diálogo como instrumento de encuentro entre las culturas y las religiones». Por otra parte, citando la Constitución Conciliar «Gaudium et Spes», decía que la paz no es solamente ausencia de guerra, sino que «es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia» (n. 78). Personalmente me hace recordar las numerosas intervenciones en la promoción de una paz verdadera y duradera en el mundo que hiciera su predecesor y recordado Juan Pablo II. Necesariamente la Palabra del Evangelio siempre iluminará nuestro camino e inspirará la obra evangelizadora de la Iglesia. Por esta razón he tomado la frase del Evangelio de hoy para profundizar estos discursos que no deben quedarse encerrados en los archivos. Todos sabemos que este viaje ha tenidos sus riesgos, tal vez el riesgo más grande está en la justa interpretación de sus palabras más que en un asunto de policía. «Pero no perecerá ningún cabello de vuestra cabeza», nos dice hoy nuestro Señor y Maestro Jesucristo. Y ahora, que el Papa ha vuelto al Vaticano, nuestra vida tiene que continuar siguiendo su ejemplo y su enseñanza, porque «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas», una vez más el Señor Jesucristo nos da seguridad.
--¿Cuál ha sido la parte central de esta visita?
--Fray Rubén Tierrablanca: Sabemos que la visita del Papa tiene como motivo primario y fundamental el deseo común entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa de avanzar en el camino del ecumenismo, hasta la unidad de los cristianos, compromiso evangélico de todo cristiano. Hemos vivido con grande esperanza anhelando que la declaración conjunta que se ha dado este jueves, sea un punto firme para deshacer y superar varios prejuicios y volver a celebrar los misterios de nuestra común fe trinitaria, en Jesucristo Hijo de Dios, presente en la Eucaristía y operante en su única Iglesia. También las dos celebraciones eucarísticas que el Papa ha presidido el 29 de noviembre en Éfeso, en el santuario «Meryem Ana Evi» (Casa de Maria) y el 1 de diciembre en la catedral «Santo Espíritu» con la comunidad católica (en esta última casi la mitad fueron visitantes para la ocasión... la vida real de la Iglesia en Turquía no está tan numerosa como pudo verse en la televisión en esas celebraciones) están en consonancia con el camino ecuménico.
--Como frailes franciscanos, que se mueven en esa realidad de diálogo interreligioso que el propio Francisco de Asís vivió, ¿qué les deja esta visita?
--Fray Rubén Tierrablanca: Para nosotros, frailes menores de la fraternidad internacional de Santa Maria Draperis, es una ocasión única, histórica: a tres años de la apertura de esta fraternidad, dedicada al diálogo ecuménico e interreligioso, tener una visita del Santo Padre en búsqueda de la unidad de los cristianos es en verdad una bendición. Ahora recuerdo lo que Bartolomé I nos dijo la primera vez que nos recibió en el Patriarcado ortodoxo, el 30 de diciembre de 2003, cuando fray Gwenolé le pidió que bendijera nuestro proyecto y que nos diera un consejo para nuestro trabajo: «Amad este pueblo», fue su respuesta, obviamente se refería al pueblo turco. Benedicto XVI, por su parte, ha dado a la Iglesia universal su Encíclica «Deus Caritas est». No podemos pedir más, hemos recibido las indicaciones necesarias y seguras para emprender nuestro camino del diálogo.
IGLESIA CATOLICA E ISLAM
JUAN MANUEL DE PRADA DEL ABC
DESDE que, en octubre de 1965, Pablo VI promulgara la declaración conciliar Nostra aetate, las muestras amistosas que la Iglesia católica ha prodigado al islam no han cesado. En aquel documento se exhortaba a que cristianos y musulmanes, olvidando desavenencias y enemistades del pasado, «procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres».
Desde entonces, la Iglesia no ha hecho sino promover un diálogo leal con los musulmanes. Hace apenas un año, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud celebradas en Colonia, en una alocución pronunciada ante los líderes de la comunidad musulmana en Alemania, Benedicto XVI se reafirmó en los «valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la paz», recordando que la vida de cada ser humano es sagrada, tanto para los cristianos como para los musulmanes.
Execró entonces Benedicto XVI «las guerras emprendidas invocando, de una parte y de otra, el nombre de Dios, como si combatir al enemigo y matar al adversario pudiera agradarle». Y añadió: «El recuerdo de estos tristes acontecimientos debería llenarnos de vergüenza, sabiendo bien cuántas atrocidades se han cometido en nombre de la religión. La lección del pasado ha de servirnos para evitar caer en los mismos errores. Nosotros queremos buscar las vías de la reconciliación y aprender a vivir respetando cada uno la identidad del otro. La defensa de la libertad religiosa, en este sentido, es un imperativo constante, y el respeto de las minorías una señal indiscutible de verdadera civilización».
También en Colonia, Benedicto XVI condenó a quienes, para envenenar las relaciones entre cristianos y musulmanes, recurren en nombre de la religión al terrorismo. El discutido discurso del Papa en Ratisbona (discutido por los miserables que no se dignaron leerlo, o por quienes pretendieron manipularlo alevosamente) no era sino un corolario natural de aquella alocución de Colonia. Dios -afirmó Benedicto XVI entonces-es «logos», razón creadora; por lo tanto, sólo el hombre que piensa y actúa de forma razonable puede llegar a conocerlo en plenitud. La cita de Manuel II Paleólogo que introdujo en aquel discurso no pretendía una descalificación del islam, sino de aquellos que actúan violentamente, tomando el nombre de Dios en vano y contrariando su verdadera naturaleza.
Benedicto XVI sabe perfectamente -y así lo había resaltado en su alocución de Colonia- que fanáticos que se han amparado en la religión para justificar sus desmanes han existido tanto entre cristianos como entre musulmanes; sabe también que los creyentes razonables, sean cristianos o musulmanes, tienen la obligación de transmitir un testimonio común sobre el sentido de la divinidad y sobre la dignidad inviolable de toda vida humana. La tarea es ardua, y el camino está lleno de abrojos; pero Benedicto XVI está dispuesto a emplear hasta el último depósito de su fortaleza física e intelectual en una empresa tan titánica como admirable.
Esa, y no otra, es la razón por la que ha mantenido su proyectado viaje a Turquía. Hubiese resultado mucho más sencillo suspenderlo, aplazarlo sine die, acoquinarse ante los ladridos de los fanáticos que pretenden acallar su voz. En su misión lo anima un Dios que es Logos, el mismo Dios «viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso» al que adoran los musulmanes. Sospecho que no hallará la interlocución mínima que exige la «mutua comprensión», entre otras razones porque el islam, a diferencia del cristianismo (que abandonó esta tentación hace ya varios siglos), es un sistema sociopolítico derivado de la politización de la religión y de la tentación de imponerse como dominio sobre las otras religiones.
El refrán afirma que dos no discuten si uno no quiere; sospecho que, mientras el otro no quiera, tampoco podrán llegar a un mínimo entendimiento.
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